Vuelve a ser uno de esos días que se alargan, se estrujan, se retuercen y nunca acaban,
uno de esos días en que parece no llegar jamás la noche, uno de esos días, en fin, en los que no haces sino desear que llegue la hora de meterte en la cama y el mañana ya vendrá.
No se qué me pasa últimamente, la verdad es que siempre me ha encantado sonreír, pasármelo bien y hacer el tonto por la vida pero desde hace algún día ya, las mañanas cada vez me pesan más. No se qué hacer, es todo tan monótono, parece como si ya supiese lo que el día siguiente me va a traer, como si a los rayos del sol no les quedase más luz y todo fuese en blanco y negro.
La verdad, el mundo es un lugar maravilloso y la vida... ah la vida, ¡qué grande es! No hay nada como sentir esos rayos que alguna vez fueron de color, atravesándote, nada como compartir un atardecer abrazados, juntos de la mano, callados, sin nada más que el horizonte y nuestras miradas, esas que con sólo cruzarlas parecen como si hablaran. Tener esa persona con la que refugiarte de las pedradas que, a pesar de vivir un mundo infinito, nos caen más de vez que en cuando, esa persona que no es que sea perfecta sino que simplemente con su compañía, es como si tú mismo así te sintieras, perfecto, invencible, irreductible... Como si el tiempo se parara y las horas no avanzaran.
Pero no, últimamente, por desgracia, no he podido compartir con nadie todo esto tan genial, y tampoco veo un futuro cercano en el que las cosas vayan a cambiar. La última oportunidad que tenía para hacerlo se ha esfumado y con ella, mis ganas de seguir aquí sentado, estoy cansado.
Supongo que alguna vez llegará, volverán los días claros, pero de momento, siguen siendo para mi, y sin ella, los días raros.